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Lo que el fuego no puede quemar

Lo que el fuego no puede quemar

Este verso nunca deja de producirme escalofríos por mi espalda. Hace que mi estómago salte de emoción. Yo no comprendía esta reacción al principio. Pero sabía que el verso era especial, diferente, contando otra historia: {Dijeron: Oímos a un joven que los menospreciaba, llamado Abraham.} [Corán 21:60]

Sí, eso fue todo. Me encanta la forma en que el Profeta Abraham (Ibrahim) se encuentra en este verso, el 60 de la Sura “Los Profetas”. Aquí, él es descrito desde el punto de vista de la gente del pueblo, es decir, cómo él era ante sus ojos. Su realidad material, si lo deseas. Él no era un profeta, ni siquiera era un miembro respetado de la comunidad; simplemente era otro chico del pueblo, un muchacho llamado Abraham.
Este verso me emociona porque es una descripción de la juventud… de mí, de ti. Ibrahim es uno de nosotros, y lo fue. Lo que lo hace especial es su resolución. Su resolución a una edad temprana para pensar.
¿Vamos otra vez?
Él decidió, a una edad muy corta para pensar, ver, es cuchar, no quedarse de brazos cruzados; para no dejarse callar, apagar. Pero, ¿cómo llegó a ese punto? El Profeta Ibrahim, la paz sea con él, tenía corazón, un corazón libre y abierto. El corazón es el órgano del cuerpo que nos permite reflexionar, nos da señales para reconocer la verdad y diferenciarla de la falsedad.
Pero también es el más tímido de los órganos. Se manifiesta solo en un ambiente tranquilo y apacible. Como todas las criaturas tímidas, se necesita paciencia y constante insistencia para abrirlo.
Es aquí exactamente donde comenzó el joven Ibrahim. En su retiro solitario en la naturaleza comenzó sus reflexiones, sus cuestionamientos, su acercamiento a la verdad. Dice el Corán (lo que se interpreta en español): {Y así fue como le mostramos a Abraham las maravillas de los cielos y de la Tierra, para que fuera de los que creen con certeza.} [Corán 6:75]
No puedo enfatizar lo suficiente la importancia y la dificultad de esta tarea. Casi siempre estamos conectados a alguna distracción y otra cosa: los teléfonos, el internet, el iPod en los oídos, mensajes de textos. No hay lugar para pensar. Pero queremos ser como Ibrahim, tenemos que retroceder y comenzar a enfrentar nuestras vidas seriamente, nuestros contextos, nuestras realidades, y todas las cosas desagradables que vienen junto con todo esto, las cuales seguirán siendo desagradables hasta que tengamos la habilidad –y el coraje– para cambiarlo. A través de su reflexión, a través de su incesante cuestionamiento de las costumbres y exigencias de su sociedad, el joven Ibrahim comprendió que la base de esto era una injustica fundamental: un sistema de idolatría en el cual la clase gobernante dictaminaba lo que era y lo que no era correcto.
Podemos pensar que los ídolos son cosa del pasado, pero no es así. Toda sociedad injusta establece sus dioses falsos y ordena a la gente que los adore. En la actualidad, tenemos los dioses de la codicia capitalista, los dioses de la guerra perpetua, los dioses del humanismo secular, el cual hace del mismo hombre un dios (bueno, solo de un grupo de ellos). Estas no con metáforas bonitas. Diariamente, almas inocentes son sacrificadas a sus pies.
El joven Ibrahim establece los estándares proféticos para la juventud. Es nuestro deber convertirnos en seres reflexivos para evaluar nuestras sociedades, reconocer a los falsos dioses, levantarnos con la verdad. Es simple, hay un solo Dios, el Creador de todas las cosas, Él es la verdad. Cada cosa, sin importar cuán inútil nos parezca, fue Creada por Él con verdad y justicia. Cada ser humano es responsable de defender la verdad y la justicia, porque todos tendremos que rendir cuentas el Día del Juicio.
Podemos ver en la historia de Ibrahim que, una vez que esta responsabilidad es internalizada, uno debe luchar por ella. Debemos comprometernos activamente con el desafío en nuestras sociedades, en cuanto a los errores que se comenten. Su historia también nos muestra por qué no lo hacemos. Él enfrentó el ridículo, la condenación, daño físico, fue arrojado a un fuego arrasador.
Entonces, ¿por qué no retrocedió?... Por fe, diría yo: la fe en sí mismo, su autoestima, la creencia de que “me importa”, te importa. Hay un secreto que ellos nunca mencionan. El cambio nunca ocurre en la gran casa sobre la colina. El cambio ocurre en los corazones humanos. Los actos sinceros de un individuo pueden tener el peso de toda una nación, de un pueblo entero. El Profeta Ibrahim, la paz sea con él, era esta clase de hombre: {[También fue] Agradecido de los favores de Al-lah. Él lo Eligió y lo Guió por el sendero recto.} [Corán 16:121]
Ahora es tiempo de seguir los pasos de su juvenil espíritu. Debemos despertar la conciencia de una persona, de un mundo. Tenemos la oportunidad de ser resucitados el Día Final como una gran nación.
Recuerda que han sucedido cosas extraordinarias: una vez, el fuego produjo frescor.

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