El Islam y su llamado a la igualdad entre los seres humanos

31/12/2017| IslamWeb

 Cuando en el tiempo del Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, el número de musulmanes crecía a pasos agigantados, la regla general con la que se estimaba la fe de las personas era: “El mejor en comportamiento y el más virtuoso durante la época de la Yahiliah (era preislámica) será el mejor en el Islam si adquiere el conocimiento de la religión y lo aplica”.

En aquel tiempo no había ninguna norma dictada por el ser humano que estableciera la manera de reconocer a los más virtuosos, porque se sabía que los patrones con los que el hombre juzga a los demás no son los correctos y generan división entre las personas. En el Islam estas reglas provienen de Quien Es el más justo de todos, de Al-lah, Altísimo y elevado sea. Su justicia no tiene límites, por lo tanto, no hay iniquidad ni favoritismos. En las prescripciones de Al-lah, cualquier persona que quiera puede ser el más virtuoso. Dice el Altísimo (lo que se interpreta en español): {En verdad, el más honrado de vosotros ante Al-lah es el más piadoso [el que más Le teme].} [Corán 49:13]

La Taqwa (el temor reverencial de Al-lah o la piedad) es una virtud que puede ser adquirida por todo aquel que lo desee, igual que la buena conducta y los buenos modales. Es cierto que muchos de los principios éticos y morales se encuentran presentes en la naturaleza del ser humano; sin embargo, una persona puede cambiarlos a conciencia, un mentiroso puede volverse veraz, un tramposo es capaz de convertirse en el más honesto de todos, y lo mismo puede hacer el cobarde, quien a conciencia tiene la capacidad de lograr ser valiente.

El inicio de la revelación y el comienzo de la divulgación de la religión fue el momento más crítico y delicado de la historia del Islam, por lo que el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, se alejó de todo parámetro humano en la elección de sus seguidores, y se guió únicamente por lo que Al-lah le Revelaba e Inspiraba. Por esta razón es que encontramos que él no hizo diferencia alguna entre esclavos y libres, ricos y pobres, árabes y no árabes.

Una invitación hacia la igualdad total

El Islam enseña que todos somos hijos de Adán y Eva, que somos sus descendientes, así que todos somos iguales y, por lo tanto, todos tenemos la posibilidad de superarnos. De esta manera, encontramos que una persona de origen humilde puede superar en comportamiento, fe y piedad a una que proviene de una familia adinerada y reconocida, o viceversa; en cualquier de los dos casos, de dónde provienen no dictamina para nada que uno sea superior o inferior al otro. Lastimosamente, estas enseñanzas hoy en día han desaparecido de la práctica en gran parte del mundo, por no decir en todo. Imagínense la grandeza del Islam al llamar iguales a todo el mundo; un rey, un presidente, un gobernador, un diputado, un senador no son nada diferentes y no son mejores que las personas a las que gobiernan y representan, todo lo contrario, en nuestra religión, si alguno de ellos no tiene la capacidad y el conocimiento necesario para dirigir las riendas del Estado, pero si una persona común reúne estas características, se prefiere al que sabe en lugar del que no sabe. Además, en el Islam se implantó la idea de que los gobernantes y toda persona que tenga alguna función pública está en la parte inferior de la pirámide social, no porque sea menos, sino porque su responsabilidad es mayor y él debe servir al pueblo, el cual se encuentra en el escalafón más alto y primordial de dicha estratificación.

Los más grandes, ejemplares y piadosos de los Sahabah (discípulos del Profeta), que Al-lah Esté complacido con todos ellos, eran personas que provenían de familias nobles, reconocidas y ricas de la Meca, como Abu Baker, S’ad ibn Abi Waqas, Az-Zubair ibn Al ‘Awam y Uzman ibn ‘Affan, entre otros. Pero también nos encontramos con que había quienes eran pobres y esclavos, como Bilal el etíope, ‘Amir ibn Fuhairah y Zaid ibn Harizah, personas que en aquella época, y tal vez en la actualidad, eran despreciadas o consideradas inferiores, pero en el Islam se convirtieron en musulmanes ejemplares, que son mencionados, respetados y seguidos, como los que pertenecían a la nobleza.

No hay diferencia entre ricos y pobres

Los bienes materiales no son un medio efectivo para establecer quién es mejor o quién es peor, esto porque la provisión, o más bien, la repartición de la riqueza, está en Manos de Al-lah, Quien Decide Dar a unos más que a otros o Hacer que alguien pierda toda su fortuna, como vemos día a día. Hoy se tiene dinero, pero mañana no se sabe. Dentro de las primeras personas en aceptar el Islam encontramos a gente adinerada, como Abu Baker As-Siddiq, ‘Abdur-Rahman ibn ‘Auf y Uzman ibn ‘Affan, que Al-lah Esté complacido con todos ellos. Pero, al mismo tiempo, había gente que vivía en la pobreza extrema y aún así aceptaron el mensaje de Al-lah y fueron de los Sahabah más reconocidos, como ‘Abdul-lah ibn Mas’ud, ‘Ammar ibn Yasir, Suamayah bint Jiat y Jabbab ibn Al Ariz, que Al-lah Esté complacido con todos ellos. Todos ellos, ricos y pobres, fueron personas ejemplares e iguales ante Al-lah, Su Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y toda la gente.

Algunos “historiadores” alegan que el Islam en un comienzo fue acogido solamente por gente de escasos recursos, oprimidos y esclavos, porque, según ellos, fue una revolución en contra de la opresión de los ricos y nobles. Pero lo curioso es que omiten un detalle muy importante: de los 40 primeros en aceptar el Islam, 13 de ellos eran pobres y el resto –es decir, 27– eran gente muy adinerada. Esto deslegitimiza por completo esta idea, que proviene de algunos “musulmanes” con tendencias comunistas y socialistas. Vemos cómo la mayoría de las personas acaudaladas sacrificaron toda su fortuna al servicio del Islam, ejemplos son muchos, podemos mencionar a Abu Baker As-Siddiq y Mus’ab ibn ‘Umair, que Al-lah Esté complacido con ellos, el primero donó toda su fortuna, aunque esto le significara pasar por grandes dificultades, hambre y necesidad; y el segundo, siendo uno de los jóvenes más ricos, nobles y codiciados de la Meca, desistió de su fortuna por seguir al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam.

El Islam no es ni comunista ni socialista ni capitalista. Nuestra religión cuenta con su propio sistema económico, procedente de Quien es el Justo, el Omnisciente y el Misericordioso, cuyos ordenamientos aseguran a todos los ciudadanos del Estado igualdad de trato y de oportunidades, y los protege de la avaricia, la injusticia y el monopolio.

No hay diferencia entre árabes y no árabes

No existe diferencia entre una persona nacida en la Península Árabe y otra en la India, Angola, Argentina, México, Estados Unidos, Alemania… el mejor de todos en el Islam es el que más Taqwa haya logrado –y eso solo lo Sabe Al-lah– y quien tenga las mayores virtudes en el comportamiento y la capacidad de diligenciar los trabajos que se le encomiendan.

Desde el comienzo, el Islam demostró que no fue un llamado al nacionalismo árabe. Tenemos a Bilal el etíope, Suhaib el bizantino y a Salman el persa, como las personas más allegadas al Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y las más comprometidas con la Causa de Al-lah. Luego de haberse establecido el Estado en Medina, los musulmanes comenzaron a expandirse, y es así que encontramos que el Islam en pocos años llegó a Asia, el Lejano Oriente, Oceanía, África y Europa. En la actualidad, podemos afirmar que no existe un país en el mundo, sea desarrollado o en vías de desarrollo, en el que no haya musulmanes nativos. Es más, los musulmanes de origen árabe que existen en la actualidad son la minoría; eso quiere decir que la gran mayoría no son árabes y ni siquiera saben hablar este idioma. De esta manera, podemos borrar esa idea que algunas personas tienen de que Islam es sinónimo de árabe, pues no lo es.

No existe diferencia entre hombres y mujeres

Tal vez este sea uno de los puntos más importantes a mencionar, porque a diferencia de lo que algunos alegan, musulmanes y no musulmanes, de que el Islam promueve la injusticia en contra de la mujer, el Mensaje que Al-lah Reveló a Su Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le dio una posición notable en la sociedad, la dignifico y estableció todos sus derechos, algo sin precedente en la historia de la humanidad.

Imagínense el cambio abrupto que hubo en aquella sociedad primitiva de la Meca, en la que la mujer no tenía ninguna función más que servir para el placer. En este medio contaminado con la ignorancia, cuando se le anunciaba a alguien el nacimiento de una hija, se escondía por la vergüenza que le causaba, su pesadumbre era tal que cometía el peor de todos los crímenes: enterrarla inmediatamente, y viva, para limpiar su honra. La mujer no tenía derecho a heredar, más bien, ella era considerada como parte de los bienes que se repartían entre los varones cuando un familiar moría.

Pero con la llegada del Islam todo cambió. El Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, llamaba a su mensaje a hombres y mujeres por igual. Dedicaba equitativamente su tiempo a atender a todas las personas, sin importar su género. Encomendaba misiones importantes tanto a hombres como a mujeres, pero dedicaba especial atención a las mujeres por ser ellas consideradas la base principal de la sociedad y sus constructoras.

En pocos años el Islam logró cambiar esa mentalidad atrasada en los hombres y los hizo reconocer a conciencia y fe todos los derechos que ellas tenían, como el de heredar, que su palabra sea escuchada y tenida en cuenta, derecho a escoger cuándo y con quién casarse, y el de solicitar el divorcio; también, se estableció que ella podía tener sus propios bienes e invertirlos en lo que le pareciera, el derecho a la manutención –pues la mujer no está obligada a gastar su dinero o bienes para mantener el hogar– sea hija, hermana o esposa, el hombre que la representa debe cubrir sus gastos, así ella sea adinerada o tenga sus propios ingresos. No terminaríamos de enumerar todos los derechos que el Islam le dio a la mujer y la forma en que la dignificó ante la sociedad. Pero lo que sí queda claro es que en el Islam no hay injusticia en contra de la mujer, que ella tiene sus derechos y siempre está protegida en la sociedad. Todo ese cambio se dio en unos cuantos años. De esta manera, cuando Al-lah le Dio la orden (que se interpreta en español): {Levántate y advierte [a la gente]} [Corán 74:2], el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, advirtió a hombres y mujeres por igual, pues él seguía lo que se le revelaba y cumplía con las órdenes que recibía de su Señor. Y qué veraz es la famosa expresión de nuestro amado Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam: “Ciertamente las mujeres son las hermanas de los hombres”, refiriéndose a la igualdad que hay entre ambos sexos.

No se hizo diferencia entre tribus

Remontándonos al tiempo del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, vemos cómo logró, con su mensaje, unificar a todos los árabes bajo una misma creencia, dejando atrás siglos y siglos de disputas tribales por el liderazgo y la supremacía, lo que hacía que cada tribu se sintiera mejor que la otra, que vivieran desunidos y tratando siempre de dañar al otro. Esto es muy parecido a lo que vivimos en la actualidad, porque vemos que las nacionalidades han dividido a las personas, algunos países se sienten con derecho de gobernar a los demás y de trazar el rumbo que el mundo debe seguir, generando división entre las personas y todos los problemas que se vivían en pequeña escala en la Península Arábiga hace casi catorce siglos. Dijo el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam: “No existe ninguna diferencia entre un árabe y un no árabe sino por la piedad”; y dijo también: “No existe ninguna diferencia entre un blanco y un negro sino por la piedad”.

La declaración de igualdad y de los derechos humanos establecida por el Islam desde hace catorce siglos es millones de veces mejor y superior a la que se realizó en el siglo pasado ante la ONU, de la cual se vanagloria tanto el mundo hoy en día. Esto porque la islámica proviene de Al-lah, por lo tanto, abarca a toda la humanidad de manera igualitaria, y vela por todos al mismo tiempo; además, cuando se aplicaron las enseñanzas del Islam en el pasado, todos los ciudadanos que vivieron bajo la sombra del Estado vieron de forma práctica cómo se velaba por todos ellos y por igual. Estamos seguros de que si estas leyes fueran aplicadas en nuestro mundo moderno, la justicia reinaría como lo hizo en el pasado bajo el ala protectora de la Shari’ah (leyes islámicas). En cambio, la famosa declaración universal de los derechos humanos promovida por la ONU, no ha logrado la igualdad ni de raza ni de género ni económica. Todo lo contrario, ha sido un rotundo fracaso debido a que, por más buenas intenciones que se tengan y por muy bonito que suene su nombre y discurso, no se aleja de uno de los problemas más grandes que tienen las leyes promovidas por los hombres, que no es otro que el favoritismo de unos sobre otros y la falta de universalidad en la toma de decisiones.

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